San Juan de Aznalfarache en la obra de Lugo y Dávila 1622

Pintura de 1786: Sevilla, vista desde la atalaya de San Juan de Aznalfarache, con el panorama de algunas de las huertas y arboledas existentes, junto al que era el cauce del río Guadalquivir.

Francisco de Lugo y Dávila (aproximadamente, nació en 1588, en Madrid o Puerto Rico, y murió el 14 de diciembre de 1662), fue un escritor y novelista español del Siglo de Oro (si quiere leer más de su vida en Wikipedia, haga clic aquí).

Apenas hay biografías sobre este autor en Internet, pero entre las que hay, no se revela que pasara parte su vida en Sevilla o que tuviera relación con esta ciudad y su provincia.

En una de sus obras, “Escarmentar en cabeza ajena”, incluida dentro del compendio “Teatro popular: Novelas morales para mostrar los géneros de vidas del pueblo, y afectos, costumbres, y passiones del ánimo con aprovechamiento para todas personas” (1622, Madrid), una de las escenas, narrando los inicios del enredo amoroso de la obra, se desarrolla en una huerta que, explícitamente, se indica que está dentro del término municipal de Alfarache (denominación de San Juan de Aznalfarache en el siglo XVII).

Como lo que nos interesa en este blog es la historia de nuestra localidad, a continuación, compartimos algunas líneas sobre lo que se dice de nuestro entorno en aquel siglo:

“Andaba siempre al lado de su hija; en su compañía, gozaba las fiestas y entretenimientos; con ella salía a la Alameda, al Arenal y al Campo de Tablada y, tal vez, en un barco enramado, bajaba por el río hasta las huertas de San Juan de Alfarache, agradable principio al motivo de Mateo Alemán”.

[…]

“…el capitán Alvarado trazó una fiesta a su hija en las huertas de Alfarache…”.

“Estaba la huerta que podía acrecentar la vida y el deleite; los naranjos, cubiertos de azahar, ofrecían a un tiempo regalo a los dos sentidos, vista y olfato; las flores, mezclando su fragancia, transformaban el rocío en agua de ángeles; los pajarillos, que habitaban en aquellas frescuras, no daban de su parte menos agrado, dando al viento las alas y las voces”.

[…]

“…acomodado y encubierto el barco y la compañía a la sombra de los árboles de aquella ribera...”.

“Cierto, mi reina, que son apacibles las fuentes y los árboles gozados no todas veces; pues esta, en cuya margen estamos, sirviendo de espejo a los naranjos y laureles que, sobre ella, se enlazan, ya tan hermoso rostro como en sus aguas se mira…”

“…qué florecillas tan graciosas nacen por esta parte, que se vierten las aguas con tan vivos colores y tan diferentes, que en valde los pintores se pueden atrever a retractarlas…”.

Bibliografía:

COTARELO Y MORI, E. (1906): “Teatro popular: Novelas (Colección selecta de antiguas novelas españolas, tomo I)”. Librería de la Viuda de Rico, Madrid. 

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