La tripulación de los barcos anclados en los muelles, o varados en sus cercanías, cuando termina su jornada laboral, se dirige al pueblo e ingieren en demasía. Incluso en “El Liberal”, indican lo siguiente: “beben hasta la exageración en las tabernas del mismo pueblo, en todas las tabernas, para que no se disguste ningún industrial”. Los tripulantes estuvieron emborrachándose en la casa de Pepe, en La Marina, en El Bar, en casa de Cortés, en todas. Los taberneros comentan que los marineros comienzan pidiendo vino blanco de la tierra, que mezclan con el de Málaga, y después ya pasan a alcoholes más fuertes, como el coñac o la ginebra, también acompañados de cerveza. Y en sus respectivos idiomas, se echan en cara incidencias del viaje, asuntos de trabajo, cuestiones de faldas, etc.
Aquel
sábado 19 de marzo había tal locura en el pueblo que, a eso de las diez de la
noche, los dueños de los establecimientos se estaban negando a despachar a los
escandalosos clientes que, por cualquier motivo, salían a desafiarse a la
calle, propinándose golpes.
El
marinero alemán John Beller (que al igual
que el nombre del sueco se los escribió, en una servilleta, el capitán de su navío al redactor de “El
Liberal”) y un compañero maquinista ya se habían dado una ración de golpes.
El maquinista, al ser separado del marinero, cogió por un callejón, cercano a
una barbería de la calle principal (calle
Real), que conduce al río y accedió al barco, anclado próximo a aquel
lugar.
Beller
le siguió y también subió al buque. Y algo se dijo entre el maquinista y el piloto
de servicio, el sueco Johan August Pellerson que, al ver entrar al marinero alemán,
le llamó la atención al recién subido, afeándole su proceder.
El alemán tomó en sus manos una enorme faca (cuchillo curvo) y se lo clavó en el corazón al sueco, cayendo el cuerpo de este inmediatamente al suelo. Falleció a consecuencia de la tremenda y certera puñalada. Como el crimen ocurrió en el barco, sólo los que allí estaban lo supieron, pero el agresor no hizo amago de huir, dada además su gran borrachera.
Alguien
llamó a los carabineros del servicio nocturno, que se presentaron rápidamente y
detuvieron al asesino, que quedó en la cárcel de San Juan de Aznalfarache,
debidamente custodiado por el sargento de la Guardia Civil del puesto de la
localidad, D. Cipriano Garrido Orduño.
El
cadáver del sueco permaneció en el buque, hasta la llamada del juez municipal,
quien dio aviso a la Marina, y después fue trasladado al depósito para que se
le practicara la autopsia.
El
barco Edda debía marcharse el domingo por la mañana, tras descargar todo el
carbón, pero el juez de Marina, el señor García Junco, ordenó que se
suspendiera su salida, hasta terminar las diligencias judiciales y darle
sepultura al cadáver de la víctima.
Según
parece, ya hubo desavenencias entre el sueco y el alemán durante el viaje y
todo ello sirvió para que el resultado de los enfrentamientos fuese mortal.
El
piloto sueco era un hombre de 59 años, ya viejo y pequeño de cuerpo. Por contra, el homicida era un hombre corpulento, de 48 años, que había
participado en la I Guerra Mundial y tenía una enfermedad nerviosa que, con el
agravante de la bebida, le hacía ser muy agresivo. En los días anteriores,
también habría estado embriagado por el alcohol, provocando varias peleas con
sus compañeros, teniendo que ser llamado al orden por los dueños de los
establecimientos e incluso siendo arrojado de los mismos a la calle. En una de
aquellas broncas anteriores, intervino un soldado, que tuvo que sacar un
machete para calmar al furioso alemán.
Johan
Beller fue encarcelado en Sevilla el lunes, convicto y confeso de su crimen; un
intérprete tradujo con claridad sus propias palabras sobre cómo cometió el
delito al Juzgado de Marina, que también se incautó del arma asesina que portó
el agresor y de la documentación del súbdito sueco.
El
cuerpo de la víctima de este brutal hecho, tras realizársele la autopsia en el
depósito, fue enterrado en el cementerio, asistiendo al sepelio el resto de la
tripulación del navío.
El
suceso ha sido comentadísimo en San Juan de Aznalfarache, donde el vecindario se sobreexcita cada vez que pasan a tierra estos hombres, a los que el
exceso de alcohol les vuelve tan locos, que les faltan el respeto a los que
tranquilamente están en los establecimientos y a las jóvenes que, durante las
primeras horas de la noche, pasean por las calles.
La
noche de aquel sábado 19 de marzo de 1927, en San Juan de Aznalfarache, fue de
las que hizo época. Andaban por las calles de este simpático pueblecito las
tripulaciones de tres buques extranjeros, bebiendo desde las últimas horas de
la tarde sin parar.
Conocemos una última noticia de este suceso, que nos traslada a un año después, pues fue publicada el 30 de marzo de 1928, indicando que se hallaba, en el Hospital Militar San Carlos, el súbdito alemán que mató al piloto de buque sueco en San Juan de Aznalfarache. El periódico “La Libertad” comunica que, por ingresarle en dicho establecimiento, hay que suponer que el sujeto ha sido declarado como demente.
Publicaciones
consultadas:
“El
Debate”, 22 de marzo de 1927.
“Ejército
y Armada, diario militar de la tarde”, día 22.
“El
Liberal”, día 22.
“La
Libertad”, día 22.
“La
Opinión”, día 22.
“La
Región, diario demócrata de la tarde”, día 22.
“El
Diario Palentino, defensor de los intereses de la capital y la provincia”, día
22.
“La Libertad”, 30 de marzo de 1928.
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