En un pueblo tan tranquilo, como San Juan de Aznalfarache, se
produjo un suceso que causó gran conmoción: Dos vecinos, cuyos nombres eran
Rafael y José, discutieron en estado de embriaguez, por una insignificante deuda
de seis reales (una peseta y cincuenta céntimos), contraída por el segundo en
el juego. La lucha subió tanto de tono que llegaron a las manos y el primero de
los contendientes sacó su pistola, e hirió
gravemente al segundo, con dos disparos en el pecho, lo cual hizo que José cayera
exánime en medio de la calle. Rafael, el agresor, al apreciarle muerto,
huyó precipitadamente de la escena del crimen.
Entre los que acudieron a prestar auxilio a la víctima se
encontraba el barbero de la localidad (que,
por entonces, ejercían como si fueran los enfermeros de la época, poniendo
inyecciones y haciendo otras curas menores), el cual le hizo un detenido
reconocimiento y aseguró que el caído había fallecido tras media hora de
inmovilidad.
De tal forma, fue trasladado a una capilla de la iglesia, donde, rodeado de cuatro cirios para el velatorio, fue depositado sobre el húmedo
pavimento de ladrillo, acompañado de parientes y amigos, que rezaban por el
alma del desdichado.
Pasó una hora sobre las duras y frías losas, siendo visitado por
muchos de sus convecinos y, al cabo de este tiempo, hallándose rodeado de
muchos curiosos, como las heridas
recibidas no eran mortales, el frío de los ladrillos le despejó la borrachera y
el presunto cadáver lanzó un tremendo y atronador ronquido, acompañado de
quejas.
Los que
le rodeaban, horrorizados, echaron a correr, atropellándose unos a otros, por
ganar la puerta, y divulgaron por el pueblo la noticia de la resurrección de
aquel muerto.
Asustados, volvieron con el alcalde, que se puso al frente del
conmocionado y aterrado vecindario, y encontrando al presunto finado
incorporado y con la capacidad de hablar, el edil local ordenó que le llevaran
a su domicilio, para que fuese atendido por el médico del pueblo. Pero sus
servicios fueron inútiles, pues, José, gravemente herido, falleció en la
madrugada del 22 de octubre de 1894. Rafael, el que le disparó, se presentaría
ante la autoridad y sería detenido.
Texto elaborado a partir de los artículos publicados en los
siguientes periódicos, entre el 23 y 27 de octubre de 1894: “La Atalaya” (editorial en Santander), “El Correo” (Madrid), “El
País” (Madrid), “El Ideal” (Madrid), “La Iberia” (Madrid), “La Justicia”
(Madrid), “La Correspondencia de España” (Madrid), “Diario de Burgos”, “El
Correo de Gerona”, “La Paz de Murcia”, “Diario de Córdoba” y “La Alianza”
(Granada).
Uno de los artículos finaliza con esta irónica sentencia:
“Fíense ustedes de apariencias y de la pericia de los barberos”.
Los cronistas pusieron títulos muy llamativos a sus artículos a
este curioso hecho, que queda claro que llamó la atención pública: “Un muerto por partida doble”, “Resucitar para morir”, “Muerto
resucitado” o “Un muerto que resucita”.
¿Dónde ocurrió esta presunta resurrección? Por entonces, San Juan de Aznalfarache tenía dos templos: la Iglesia parroquial, en el cerro de Chaboya, y la Capilla del Rosario. La mayoría de artículos solo indican “una capilla de la iglesia”, o sencillamente, “la iglesia”. Pero hay una versión de este suceso que, repetida varias veces, indica textualmente: “óyose un ronquido atronador que hizo vibrar la elevada bóveda”, lo cual induce a pensar que ocurrió en la iglesia parroquial, actualmente de los Sagrados Corazones. Además, junto a este templo se encontraba el cementerio municipal, por lo que también es lógico pensar que el cuerpo fuese llevado allí, para ser velado y, después, enterrado.
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