Discurso de Recaredo a Hermenegildo en Osset - San Juan de Aznalfarache 583

"Apoteosis de San Hermenegildo", pintado por Francisco Herrera el Viejo, entre 1620 y 1524. En la parte superior, aparece San Hermenegildo, triunfante, ascendiendo al cielo, rodeado de ángeles. En la zona inferior, o de tierra, a la izquierda, San Leandro protege a Recaredo, el futuro rey que se convertiría del arrianismo al catolicismo; en la derecha, San Isidoro sujeta al padre de ambos, el rey Leovigildo.

Dentro de los hechos que se contextualizan en la urbe de Osset, situada en el cerro de San Juan de Aznalfarache más cercano a Sevilla, está el momento en el que el rey hispalense Hermenegildo, ya derrotado por el enorme ejército (de unos 15000 soldados), que logró reunir su arriano padre Leovigildo, para acabar con la rebeldía del converso al catolicismo y de las ciudades y castillos que, en la mitad sur de la Península Ibérica se habían unido al joven príncipe. Hermenegildo, pensó que su padre le respetaría al refugiarse en el templo que estaba situado dentro o junto al castillo de Osset (aunque algunos autores sólo mencionan una iglesia, sin más), y tal fue así, que Leovigildo envió a su segundo hijo, Recaredo, para que hablara con él, ofreciéndole su perdón y que le permitiría seguir viviendo. Estas fueron habrían sido las palabras del hermano menor al mayor:

 

Traducción A del discurso de Recaredo a su hermano Hermenegildo, a partir del texto de San Gregorio de Tours:

De corazón flaco es dolerse por el desmán de los suyos y no poner otro remedio sino las lágrimas. Tu desventura no es solo tuya, sino nuestra, pues a todos nos toca el daño, pues entre padre y hermano no puede haber cosa alguna aparcada. No quiero reprender tus intentos, ni el celo de la religión, aunque ¿qué razón pudo ser bastante para tomar las armas contra tu padre? Tampoco me quejo de los que, con sus consejos, te engañaron. Las cosas pasadas, más fácilmente se pueden llorar, que trocar. Esta es, este pecado es la desgracia de estos tiempos, que por estar dividida la gente y reinar, entre todos, una pestilencial discordia, la una parcialidad, y la otra, ha pretendido tener arrimo en nuestra casa, que es la causa de todos estos daños.

Resta volver los ojos a la paz, para para que nuestros enemigos no se alegren más con nuestros desastres. Lo cual ojalá se hubiera hecho antes de venir a rompimiento, pero todavía queda el recurso a la misericordia paterna; si de corazón pides perdón de lo hecho, que será mejor acuerdo que llevar adelante la pertinencia y arrogancia pasadas. Por lo de preferente y por lo que ha sucedido, debes entender cuanto será mejor seguir la razón con seguridad, que perseverar con peligro, en los desconciertos pasados. Acuérdate que, en la adversidad, suele ser muy necesaria la prudencia y que el ímpetu y la aceleración será muy perjudicial. De mi parte, te puedo prometer que, si de voluntad, haces lo que pide la necesidad, nuestro padre se aplacará y contento con un pequeño castigo, te dejará las insignias y apellido de rey”.

Bibliografía en la que aparece el discurso A: DE MARIANA, J. (1601): “Historia general de España” (tomo I). Toledo, impresor Pedro Rodríguez; LÓPEZ PONCE DE SALAS, M. (1680): “Vida de San Hermenegildo, rey y mártir de España; grano fecundo que, con su muerte, aumentó en estos reinos la mejor cosecha”. Madrid, imprenta de Bernardo Villadiego.

 

Traducción B del discurso de Recaredo a su hermano Hermenegildo, a partir del texto de San Gregorio de Tours:

Temo, oh, querido hermano y amigo, que no podrá, mi corazón turbado, dar aliento a las palabras, para representarte tu peligro y mi sentimiento. Pero estas mismas lágrimas y sollozos que las interrumpen, te persuadirán, que no como mensajero de nuestro padre, ni como interesado en tu ruina, sino como partícipe en la calamidad común, te procuro reducir a su obediencia. De ella te apartó el celo de la religión, no menos peligroso que las demás pasiones, cuando no le gobierna la razón. Esta no es bastante excusa de haber movido a la guerra a nuestro padre, porque, con las armas de la oración, no con las del acero, habías de procurar que le redujese Dios al verdadero culto. La diversidad de religión no es bastante pretexto de los rebeldes, cuando el príncipe no obliga a la suya con la fuerza y tiranía; y tú sabes bien que nuestro padre ha permitido siempre el ejercicio de la Católica, y si le irritares más, le harás enemigo y perseguidor de ella. El ímpetu en esto no es mérito, sino temeridad, pues a la misma religión que profesas, convendrá más la disimulación hasta que heredes enteramente la corona y, entonces, se ajustarán todos, como es ordinario, a la opinión y culto de quien manda. Entre tanto, es dañosa al mismo fin de la religión la guerra, porque en ella, introducidos los vicios y poderosa con las armas la ignorancia, desconoce la verdad.

Advierte bien que, dividido en facciones el reino, seremos todos despojos de los reyes de Francia, atentos siempre a nuestras ruinas y no desesperes de la clemencia de nuestro padre, porque si, como Rey tiene, por su misma defensa, levantadas las armas, como padre está con los brazos tendidos para recibirte en su gracia. Los disgustos entre padres e hijos suelen ser como golpes en los pedernales: que levantan centellas de amor.

Ya en ti no es elección el venir a sus manos, porque en el estado en que te hallas, o el hierro o la llama, te llevará a ellas. Ven, ven conmigo, querido hermano, que yo te libraré de sus iras, procurando que te conserve como antes, en los estados e insignias reales.

Bibliografía en la que aparece el discurso B: SAAVEDRA DE FAJARDO, D. (1789): “Corona gótica: castellana y austríaca” (parte I, tomo I). Madrid, oficina de D. Benito Cano.

Tras las palabras de su hermano Recaredo, Hermenegildo aceptó estar ante su padre y, aunque inicialmente, el encuentro se escribe como afectuoso, rápidamente, Leovigildo mandó que le quitaran a su hijo las insignias reales que portaba y que se lo llevaran preso.

Hermenegildo, después de varias vicisitudes y antes que aceptar volver a la fe arriana, sufrió martirio hasta morir. El sucesor del rey visigodo, su hijo pequeño y heredero, Recaredo, se convertiría también del arrianismo al catolicismo.

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