"Sevilla, en Andalucía, desde la plataforma de San Juan de Alfarache", pintada por Henry Swinburne, entre 1775 y 1776.
Manuel
María del Mármol (1769, Sevilla – 1840, Córdoba)
fue poeta, clérigo, académico, profesor universitario, filósofo, pedagogo y
difusor de la ciencia moderna, miembro del grupo de intelectuales (Blanco
White, Alberto Lista…), de la Sevilla del último tercio del siglo XVIII y
ejerció su magisterio estético y político en las primeras décadas del XIX. En
1784, fue ordenado sacerdote y tras una capellanía en Granada, consiguió el
puesto de Capellán Real en la Catedral de Sevilla. Catedrático en Filosofía y
Doctor en Teología, llegó a ser Rector de la Universidad y Presidente de la
Sociedad Económica y de la Academia de Buenas Letras.
Pudo actuar sobre Mármol la presencia de
la huella arábiga en Sevilla y en las murallas de nuestra localidad, lugar en
el que pasó largas temporadas y que, varias veces, aparece en su poesía como
escenario de las soledades y ausencias pastoriles. Fruto de ello sería el poema
“Al nuevo porche en San Juan de
Aznalfarache” (1834):
Aquí sus odiadas lunas
puso el Alarbe atrevido,
después de poner la planta
sobre el cuello de Rodrigo.
De aquí á las tendidas vegas,
que corta el undoso río,
y al Español aherrojado
lanzaban su triste brillo.
Aquí se alzó el baluarte,
que al Bétis hizo cautivo,
cuando ántes libre llevaba
á la mar sus dones ricos.
Y no su libertad solo;
perdió hasta su nombre mismo,
con que llegó á ser famoso,
para ser Guadalquivir.
Aquí la memoria yace
de gran pueblo esclarecido,
y el nombre de Aznalfarache
puso al de Osseth en el olvido.
Fama es que hiende las sombras,
nocturna voz de gemido,
que suena Osseth, y que el eco
dice Osseth en un suspiro.
¿Y la pompa, y la opulencia,
que ostentó por luengos siglos
con envidia de los Orbes
el Godo, dónde se ha ido?
Riquezas, y armas, y trono,
y fortuna, y nombre, y ritos,
¡ay!, con los siglos se hundieron,
de la nada en el abismo.
¡Oh, cuánto del veloz tiempo,
oh, cuánto es el poderío!
Ya del Árabe tampoco
hacen memoria estos riscos.
Ni tu valor, ¡oh, Tarfira!,
y más que femenil brío;
ni amor, que á tu pecho llamas,
y velas dio á tus navíos.
Ni de tus ojos los rayos,
ni de tu espada los filos,
a Bonifaz y Fernando,
vencen en naval conflicto.
No con tu sangre vertida
sobre el rico andaluz río
de Arxataf y su morisma
firmó el tiempo el exterminio.
Solo de Tarfira el nombre
borrar no pudo el olvido:
que mucho más que un Tirano
merece un amante fino.
De Omar y Alí la potencia,
que en Arabia y en Egipto,
eslabona cadenas,
para el mundo pavorido.
Se desvaneció cual nube,
se disipó cual rocío,
se desapareció cual sombra,
y cual humo se deshizo.
En vez de lanzas enhiestas
se alzan cipreses sombríos
que, si al cielo dan sus puntas,
á la tierra dan abrigo.
Donde estaban moras tiendas,
está el almendro florido,
y el ciclamor encarnado,
y el jazmín, de Venus hijo.
Los que eran moros adarves,
son vergeles donde al lirio,
alhelí, rosa y viola,
miel liban los zefirillos.
Las lilas y cinamomos,
hijos del Ceylan florido,
las cucúrbitas que Chile
donó á el andaluz recinto.
Dan poso grato á las aves,
á los hombres todo umbrío,
galán adorno á las damas,
bálsamo a los ayrecillos.
Ya garzotas y alquizeles,
flotando, no hacen sus giros;
y á pampanos y claveles,
mecen blandos vientecillos.
A bélicos lelilíes
sucedió lento ruido
de amorcillos, que retozan
desde un olivo á otro olivo.
Entre su verde ramage,
el ruiseñor guarecido,
ó amores canta en redobles,
ó zelos llora en sus trinos.
Verjas cierran y azoteas,
este encantado recinto,
que guardaban ántes fosos
y el alfange damasquino.
Hiergue a los léjos el cuello,
la prenda de Hércules Tirio,
Híspalis, que ennobleciera
Peno, Romano y Fenicio.
La rodean miles pueblos,
la cercan mil caseríos,
cual en torno á madre tierna,
sus menestorosos hijos.
Al pasar, su pie besando
humilde el Rey de los ríos,
desaparece entre ribazos,
se pierde en bosques de mirtos.
Sobre los prados que riega,
pasta cordero y novillo,
y el potro, que veloz trota,
entre céspedes y tilos.
Donde la vista se pierde,
se alzan montañas en circo,
que visten verdes olivas,
y coronan altos pinos.
Las Ninfas, embebecidas,
moran aquí de contino.
Aquí acude el ciudadano
de cuidados oprimido.
De contino aquí se acoge
el cándido pastorcillo,
que ya en su voz dice amores,
ya en su flauta da suspiros.
¡Oh, vergel, émulo hoy
de las florestas de Gnido,
de las selvas de Amathonta
y de los jardines Ciprios!
Salve tú, seguro albergue,
y salve, escondido asilo,
donde mueren los cuidados,
donde se huyen los peligros.
Bullan allá, en las ciudades,
entre su inmenso gentío,
afanes, aun sin buscarlos,
dolores, aun con huirlos.
En esta, tu dulce calma,
descanse el corazón mío,
y deme el Cielo que muera
en tan pacífico sitio.
Respete el avaro tiempo,
confín tan apetecido:
nunca marchite su mano
las bellezas de este Elisio.
Manuel María del Mármol, dibujo publicado en 1845.
El discípulo del doctor Mármol,
Francisco Rodríguez Zapata y Álvarez, en su “Colección selecta de trozos en prosa
y de composiciones poéticas en castellano, para uso de los cursantes de la
Segunda Enseñanza y de las Escuelas” (1878, segunda edición, segunda parte),
publicó también este poema, haciendo varios recortes en varias estrofas,
principalmente, aquellas referidas al personaje de Tarfira, que reunidos en la
colección de “la defensa de Sevilla”,
pertenecen a otro poemario.
En este poema “Al nuevo porche de San Juan de Aznalfarache”, encontramos
descripciones del arbolado de la zona y de los alrededores del Guadalquivir.
Hay claras alusiones veladas al convento, como “verjas cierran y azoteas, este encantado recinto”, “seguro albergue” o “escondido asilo”. También parece una referencia notable al
existente cementerio, existente al menos desde el año 1706, con la referencia “En vez de lanzas enhiestas, se alzan
cipreses sombríos que, si al cielo dan sus puntas, á la tierra dan abrigo”.
Y ciertamente, por las descripciones, es
muy probable que el porche (espacio enlosado), se trate de la terraza previa a
la entrada del templo y del por entonces convento. De hecho, el escritor,
periodista y político español, Víctor Balaguer afirma que había inscripciones,
empotradas en los asientos del atrio del mismo convento, cerrado con verjas, en
las que se lee que fue el sabio Del Mármol el que costeó todas aquellas obras.
El propio Balaguer habla así de este
espacio, la terraza de la iglesia, que atrajo a tantísimos visitantes durante
varios siglos:
Qué
país tan bello no se admira desde su cumbre, cuando sentados sobre los
miradores que este eclesiástico formara y cuyos estribos son las antiguas
torres de las murallas que rodeaban la altura, se presenta a la vista una
inmensa explanada de verdor y cielo, un gran río que la serpentea, una vasta
campiña que la enriquece, tantos caseríos y edificios como la pueblan; y allá,
en perdida lontananza, el panorama de la gran ciudad que alza su catedral y su
Giralda, sus torres y sus iglesias.
Blas Infante, el reconocido iniciador y
referente básico del andalucismo, en 1923, dijo desde la terraza de la iglesia:
“Si todos los hombres pudieran contemplar
el mundo desde esta soberbia atalaya, que nos ofrece la magnífica visión de
Andalucía desnuda, tendida sobre alfombra de mágicos verdores, entre horizontes
de fulgurante azul […] Esta incomparable maravilla, que podemos contemplar
desde aquí” (si quiere leer el discurso completo, haga clic aquí).
También resulta destacable de esta obra
el deseo de Manuel María de morir en este lugar, pidiéndoselo a Dios, nombrado
como “Cielo”, para acabar “en tan pacífico sitio”.
Que se haya descubierto hasta el
presente año 2025, este el primer texto en el que “San Juan de Aznalfarache”
aparece con el nombre que denomina a esta urbe en la actualidad. Si bien
oficialmente, sería así nombrada en 1890, esta oda publicada en 1834 y cuyo
autor contaría con el beneplácito religioso local, es decir, de los frailes
franciscanos terceros residentes en la localidad, y con el apoyo escolar, pues
luego fue transmitida por su discípulo, el poeta, teólogo, sacerdote, filósofo
y maestro de Bécquer, Francisco Rodríguez Zapata, en 1878, en el material de
enseñanza del sistema educativo, las estrofas de “Al nuevo porche de San Juan de Aznalfarache”, constituyendo así el
inicio de la aparición en la literatura del último y actual nombre de este
pueblo.
Si quiere saber más sobre la biografía de Manuel María del Mármol, haga clic aquí.
Fotos de la plaza de la iglesia, aquel porche que han acabado tapando las copas de los árboles.
Bibliografía.
-BALAGUER,
V. (1851, 3ª edición): “Los frailes y sus conventos: su historia, su
descripción, sus tradiciones, sus costumbres, su importancia” (tomo II).
Barcelona, Editores Hermanos Llorens (páginas 201-209).
-DEL
MÁRMOL, M. M. (1816): “Intervalos de mi enfermedad, o Pequeña colección de
poesías ligeras”. Sevilla, impreso por Aragón y Compañía.
-DEL
MÁRMOL, M. M. (1834): “Romancero o pequeña colección de romances, tomados de
las poesías, impresas e inéditas, del doctor D. Manuel María del Mármol,
dedicada y presenta por él mismo a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras,
el 17 de mayo de 1833” (Tomo I). Sevilla, Hidalgo y Compañía.
-DEL
MÁRMOL, M. M. (1834): “Romancero o pequeña colección de romances, tomados de
las poesías, impresas e inéditas, del doctor D. Manuel María del Mármol,
dedicada y presenta por él mismo a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras,
el 17 de mayo de 1833” (Tomo II). Sevilla, Hidalgo y Compañía.
-REY,
J. (1990): “La Pasión de un ilustrado”. Sevilla, Fundación Fondo de Cultura de
Sevilla.
-RODRÍGUEZ-FERRER,
M. (1845): “El doctor D. Manuel María del Mármol”, en “Semanario Pintoresco
Español”, con fecha 21 de diciembre de 1845 (Año 10, Nº. 51), páginas 393 a
396. Madrid, Imprenta de D. Vicente de Lalama.
-RODRÍGUEZ ZAPATA Y
ÁLVAREZ, F. (1878, 2ª edición): “Colección selecta de trozos en prosa y de
composiciones poéticas en castellano, para uso de los cursantes de la Segunda
Enseñanza y de las Escuelas” (segunda parte). Sevilla, impresión de Gironés y
Orduña.